Uno de los más impresionantes tramos del Appalachian Trial (AT) es el White Mountains National Forest (bosque nacional de montañas blancas). Fueron nombradas por el gobernador John Winthrop en 1641 por sus picos nevados o de su apariencia brillante.

Siguiendo mi peregrinaje de norte a sur, de Maine a Georgia, me encontraba en el kilómetro  482,8 (de los 3.500) dentro de los límites del National Forest. Ya en New Hampshire, el segundo de los catorce estados del sendero me esperaba otra nueva etapa. La entrada al parque es libre y tiene una extensión de reserva natural de 323.749 hectáreas que 149,67 kilómetros son recorridos por el sendero de los Apalaches. El sitio es un destino turístico muy popular para hacer senderismo, escalada y esquí en el invierno entre otras actividades.

                                                                                                                                                                                                                  Desde Maine ya me cruzaba con otros apalacheros (hikers realizando el AT) que venían haciendo la ruta, sur-norte o Georgia a Maine, y me decían que dicho tramo era una prueba dura por lo rocoso y escarpado de sus montañas. La zona más elevada es el Monte Washington, 6.288 ft (1917m) que forma parte de la Cordillera Presidencial, junto con otros picos que llevan el nombre de presidentes: Adams, Jefferson, Madison, Monroe, Lincoln y también personajes importantes como Lafayette. Su acceso también es posible por carretera o por  un tren cremallera de 1869. La caminata por la cordillera de las montañas no fue nada fácil pero tampoco fue tan dura como esperaba, tal vez porque el tramo del estado de Maine me había curtido en soportar horas de caminatas y bajadas y subidas con el peso de la mochila a mi espalda y porque el fuerte viento que azotaba en la zona estaba calmado. Las condiciones meteorológicas por esta zona son bastante duras por lo que los árboles no crecen en las zonas altas o son muy bajos. Te permite disfrutar en un día claro de unas vistas espectaculares pudiendo observar el Presidential Range u otras cordilleras que componen el grupo de las Montañas Blancas, como Franconia Ridge. No olvides que desde la cima del monte Washington puedes echar una postal al buzón de correos que se encuentra en la zona de visitantes, siempre y cuando quieras tener el distinguido matasellos del Monte Washington.

No está permitido pasar la noche fuera de las zonas habilitadas. Para pernoctar encuentras huts o cabañas o zonas de acampada preparadas para el turismo. Importante hacer reserva con antelación. Para los que hacen el AT tienen la posibilidad de “work-for-stay” (trabajar por tener un sitio donde dormir). Una pequeña ayuda en la cocina o en el comedor y a cambio un rinconcito para dormir que puede ser en el mismo pasillo del establecimiento. El día que subí a la cima de la montaña del Monte Washington y deseando tener un techo seco esa noche me tocó el “dungeon”. Refugio de emergencia y nada agradable para pasar la noche tras un pago de 10$. No tuve suerte y las vacantes ya estaban asignadas a otros apalacheros que sus piernas habían sido más rápidas que las mías. Una gran ola de apalacheros del sur venía pegando fuerte. No obstante, ya había tenido la experiencia de trabajar en uno de ellos dos días antes. El «Carter Notch Hut» fue un lujo de millones de estrellas en comparación con este: un sitio frio, lúgubre y humedo que no había visto una escoba desde que se construyó. Y además es una atracción para todos los que pasan por ahí que han oido algo del dungeon (mazmorra). La palabra ya lo dice todo. Mucha gente de Boston o New York vienen a pasar el día o un fín de semana tanto como yo solía hacer en Madrid cuando quería huir del ruido de la gran ciudad y buscaba las maravillas de la sierra norte. Pero ahí ya llevaba más de 500 kilómetros y era mi primera experiencia en todo el camino en compartir el mismo espacio con más gente que no fuesen los apalacheros (con nuestro propio olor) o la fauna que me encontraba a lo largo del camino: arces, osos, ciervos,…con su propio olor también. Un entorno del que poco a poco me fuí acostumbrado y del que sin darme cuenta se fue haciéndo mi casa.